20 años de la entrada en el Euro
La existencia del Euro, de una moneda común, es posiblemente uno de los mayores y más costosos logros de la Unión Europea.
Prueba de ello es que comenzó a diseñarse en 1969 y no se completó, con muchas limitaciones, hasta 1999. El Euro es una unión monetaria imperfecta desde sus orígenes, una moneda inacabada y frágil, sin estado y sin unión fiscal. Y aún así, ha conseguido ser la segunda moneda de reserva del mundo, ha limitado las crisis monetarias que sufrieron algunos Estados miembro entre la década de los setenta y de los noventa del siglo anterior, ha facilitado el funcionamiento del mercado único europeo limitando los costes de transacción para las empresas y para la ciudadanía que de esa manera también ha aumentado su sentido de pertenencia a Europa. Por último, destacar como hace Jean Quatremer en su libro Il faut achever l’Euro que el Euro jugó un papel geopolítico importante al asegurar una “Alemania europea” tras su reunificación en la década de los noventa, si bien a costa de que “Europa se haya convertido en Alemania”.
Los principales aspectos negativos del Euro están principalmente vinculados con su diseño. Si bien hay que reconocer que posiblemente en el momento de su puesta en marcha no se podía haber llegado más lejos desde el punto de vista político en la cosoberanía, no es menos cierto, que hay problemas de diseño vinculados al modelo de gobernanza neoliberal y del análisis económico dominante. Señalaré al menos cuatro:
Primero, algunos defensores del euro reconocen errores de inicio, pero los enfocan desde su defensa. Así nos dicen que el problema principal es que se diseñó en y para tiempos de estabilidad como si eso fuera una verdad absoluta. Cuando lo que eso demuestra es que se diseñó por intereses determinados o ceguera ideológica sin tener en cuenta la historia económica y por tanto el funcionamiento de las economías capitalistas, como si en ese momento estuviéramos en el fin de la historia y las crisis económicas fueran cosas del pasado y no inherentes al sistema. El optimismo que rodeó la puesta en marcha del euro estaba totalmente infundado.
Segundo, otro error de inicio fue que el Banco Central Europeo tuviera como objetivo único el control de precios asumiendo que la inflación tiene solo un carácter monetario, cuando la política monetaria no es neutra y genera importantes efectos redistributivos al no tratarse de una cuestión meramente técnica. De hecho, ahora estamos viviendo un episodio inflacionista que no puede solucionarse únicamente con los instrumentos de la política monetaria. Por ello sumar al objetivo del control de la inflación el doble o triple objetivo de generación de actividad productiva y empleo, de sostenibilidad y equidad, para también contener el crecimiento continuo de la deuda pública debe ser una prioridad para corregir los efectos de este error de diseño.
Tercero, la puesta en marcha del Euro sin unión fiscal ha dado lugar a grandes desequilibrios entre los Estados miembro constreñidos por las reglas de la disciplina presupuestaria obligando a éstos a hacer frente a la divergencia por el lado de la flexibilidad de precios y salarios y a través de reformas estructurales y del incremento de la deuda. Los superávits de unos han sido los déficits de otros. Esto imposibilita la convergencia económica y el avance del proyecto político europeo.
Cuarto, la Unión monetaria diseñada en el tratado de Maastricht dio rango casi constitucional —posteriormente también constitucional en varios países —, a muchos de los elementos fundamentales de la agenda neoliberal limitando enormemente el desarrollo de una agenda social y progresista. Si bien muchas cosas se han ido cambiando por puro pragmatismo, los sesgos de inicio perduran y florecen con poco esfuerzo, sobre todo porque el Euro carece de un auténtico control democrático del Parlamento Europeo y el BCE sigue siendo una institución “independiente”.