La otra pandemia: desinformación científica e intoxicación política
No colguemos el sambenito de propagador de la segunda ola a un país y a una comunidad científica que están precisamente realizando un gran esfuerzo por secuenciar genéticamente el virus para conocer mejor su evolución y expansión.
Como ahora sabe casi toda la población, entre 1918 y 1920 se expandió por todo el mundo una mortífera epidemia de gripe que se saldó con entre 20 y 50 millones de muertos. Un desastre que se unió al de la Primera Guerra Mundial que, por su parte, costó la vida de 20 millones de personas entre civiles y militares.
Aquella epidemia ha pasado a la historia con el nombre de gripe española, una injusta denominación porque está demostrado que su origen no se situó en España sino en Francia, China o, lo más probable, en Estados Unidos.
Nuestro país sí fue, sin embargo, uno de los que sufrieron una mayor incidencia de la enfermedad: 8 millones de afectados y 300.000 muertos sobre una población total de poco más de 21 millones de personas. Y también fue uno de los primeros países en reconocer y hacerse eco de la pandemia pues era un país neutral durante la guerra y, por tanto, ni estaba sujeto a censura por interés militar ni estaba tan centrado en las consecuencias del conflicto bélico como sus vecinos. Quizá se habló tanto aquí de aquella epidemia que por eso acabó denominándose como Gripe española.
Por otras razones, aunque con mucha menos justificación, parece que ahora hay quien estuviera interesado en que la historia se repita.
El diario Financial Times se hacía eco el pasado 29 de octubre de un estudio todavía pendiente de revisión científica, es decir, sin estar rigurosamente contrastado, en el que se analiza la aparición y extensión de variantes del SARS-CoV-2 por Europa en el verano de 2020, encontrando muestras tempranas de esta variante en España, aunque añade que todavía no está claro dónde podría haberse originado realmente esta variante (Emergence and spread of a SARS-CoV-2 variant through Europe in the summer of 2020).
Si se consulta el estudio puede leerse que sus autores insisten en que sólo a través de un seguimiento multi-país será posible detectar y seguir esta cepa pero que la ausencia de secuencias consistentes y uniformes a lo largo de Europa limita sus esfuerzos. Y, en consecuencia, reconocen que no saben el papel que esta cepa está jugando en los rebrotes de muchos países porque en la mayor parte tienen pocas o ninguna secuencia. De hecho, lo que se reitera en el estudio es la importancia de avanzar en un esfuerzo coordinado y regular para realizar secuencias genéticas del virus, especialmente en comunidades muy interconectadas como son las europeas.
El trabajo es, efectivamente, cauteloso sobre el alcance y las limitaciones de los resultados. Principalmente, porque los datos -a excepción de los relativos al Reino Unido con 7.207 casos- tienen escasa representatividad -20 en Francia, 1 en Italia o 256 para España. Sin embargo, sus aparentes resultados han terminado difundiéndose en algunos medios y en las redes sociales, sin mencionar, eso sí, los matices que obligan a poner en cuarentena, nunca mejor dicho, sus conclusiones.
Y, como no podía ser de otra manera entre una derecha española cuyo objetivo no es otro que debilitar al Gobierno y quebrar la confianza en nuestras instituciones, el susodicho artículo también está siendo utilizado por alguno de sus líderes para alimentar el fuego de la disensión y el desprestigio internacional de nuestro país sin importar si de paso se estaba dañando a industrias tan necesarias para la recuperación económica de nuestro país como la turística o a nuestro sistema de investigación y desarrollo científico.
Entre los que no han tardado en leer entre líneas para atacar a España destaca el eurodiputado por Ciudadanos Luis Garicano, quien no ha tenido empacho en extender la idea -sin prueba alguna- de que la segunda ola europea se ha originado en España.
Garicano enlazaba en su twitter el artículo del Financial Times con este texto: «Recuerdan la chapuza de la lucha contra el brote de Lleida? resulta que la segunda ola viene de una mutación originada ‘entre trabajadores agrícolas del Noreste de España’, extendida por turistas. 80% de los casos ingleses y españoles, procede de ahí».
Si un comentario de ese tipo sería impropio de una persona culta y leída, de alguien que ama a su patria y se informa bien antes de echar porquería sobre ella, mucho más lo es de un académico como él que se supone que está al tanto de lo que significa la revisión de un artículo científico y la necesidad de tener en cuenta las evidencias y los hechos y no dejarse guiar por la demagogia o la ramplonería.
Los y las científicas están trabajando incansablemente para disponer de información útil que nos ayude a entender y doblegar la curva, y durante la pandemia los resultados de sus investigaciones se están publicando con mucha rapidez. Algo que tiene muchos aspectos positivos pero también negativos y por ello es fundamental que lo que se viene publicando se lea con prudencia e inteligencia, tal y como reclaman los propios autores del estudio y que muchos que lo citan posiblemente no se han tomado la molestia de leer. Los resultados de la investigación científica son esenciales para la toma de decisiones políticas y la información de la ciudadanía pero deben usarse con honestidad y rigor.
Por último, hay que destacar que la detección de la cepa que se analiza en el artículo mencionado ha sido posible porque España cuenta desde hace meses con equipos de investigación encargados de detectar y analizar nuevas variantes del virus y que tenemos equipos de investigación ya en marcha estudiando desde todos los puntos de vista su posible impacto. De hecho, como dice Iñaki Comas, uno de los autores del estudio en una entrevista en este periódico, España es el segundo país de Europa y el cuarto del mundo que más secuencias genéticas obtiene de este virus: «Esto nos permite ver cosas que otros países no pueden ver».
Este es un paso esencial en el esfuerzo por comprender y controlar mejor los nuevos brotes. Un esfuerzo de transparencia que debemos evitar que sea penalizado, tal y como ocurrió en 1918.
El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, declaró al inicio de la pandemia que nos estábamos enfrentando a otra peligrosa epidemia, la de la desinformación, y que la única vacuna para combatirla es la confianza. En primer lugar, la confianza en la ciencia y en segundo en las instituciones que siguen «un liderazgo receptivo, responsable y basado en evidencias». Añadiría además la confianza en los medios de comunicación para combatir esta pandemia de menosprecio a la verdad y también en los representantes políticos de la ciudadanía, como somos los europarlamentarios.
Para recuperar esa confianza deberíamos recordar a los medios de comunicación, a los medios sociales y a los usuarios de ambos, a las personalidades públicas que crean o influyen sobre la opinión ciudadana la importancia de verificar y contrastar los datos para que no induzcan a error, y la necesidad de ser prudentes cuando la evidencia científica se basa en un universo muestral o geográfico limitado
Deberíamos defender una forma responsable y rigurosa de usar información, sobre todo cuando esa información puede agravar la actual situación que vivimos, ayudando a crear más caos y desinformación. No podemos dejarnos llevar por medias verdades o interpretaciones que nos convengan en un momento concreto con el solo objetivo de dañar a nuestros adversarios políticos. Ahora más que nunca deberíamos proceder con una cautela máxima y evitar afirmaciones categóricas, ya que la situación es cambiante y pocas situaciones son descartables. El rigor científico y la concreción semántica tienen que ser extremos para no generar una situación de desinformación aún más grave que genere desconfianza en la verdad que conocemos. Este es el momento para apoyar la ciencia y para apoyarse en la misma para transmitir una información rigurosa y contextualizada y para tomar las mejores decisiones políticas para el conjunto de la ciudadanía. No colguemos el sambenito de propagador de la segunda ola a una país y a una comunidad científica que están precisamente realizando un gran esfuerzo por secuenciar genéticamente el virus para conocer mejor su evolución y expansión.