No somos robinsones

A la mayoría de nosotras el haber nacido y devenido mujeres nos iguala en la carencia de tiempo y el mandato social de los cuidados que acapara tan escaso recurso

De las experiencias de las mujeres no se desprende tanto tiempo libre ni tanta fingida independencia como narran los clásicos de la literatura escritos y protagonizados por hombres

Literatura y feminismo no representan una díada inercial o natural. Narrar las experiencias de las mujeres desde voces, plumas y teclados femeninos no constituye una práctica unívoca o necesariamente feminista. Como la científica y filósofa Donna Haraway matizara en Ciencia, cyborg y mujeres (1995), la condición subyugada de las mujeres aporta sin duda una “clave visual” tan preciosa como ineludible desde la cual mirar y comprender el mundo. No obstante, nuestros puntos de vista –también literarios– pueden quedar lejos de la óptica feminista, que exige un análisis crítico y situado de las relaciones de poder que tejen nuestras realidades. De igual forma, cabe cuestionarnos qué voces, plumas y teclados navegan los circuitos de la narración en femenino y sobre lo femenino. ¿Quiénes poseen siquiera los medios básicos para (re)conocer(se) y narrar(se)? Virginia Woolf creía, sin falta de razón, que una mujer debía disponer de dinero y de un cuarto propio (ahora también “conectado”, como nos recuerda Remedios Zafra) que le garantizaran un mínimo margen de libertad para escribir.  Leer artículo completo en infolibre.es